Una de las señales de la primavera es la llegada de los pájaros. Sus cantos ya despiertan con las primeras luces del alba y su actividad es frenética al atardecer, cuando salen de caza en busca de los insectos. Muchos conviven con nosotros en las ciudades pero es en el pueblo donde disfruto más viéndolos y escuchándolos piar y cantar. En casa siempre ha habido pájaros, empezando por los canarios y palomas, y en primavera y verano es un gustazo oírlos y verlos volar rápido con vuelos rasantes sobre los tejados y a veces las calles. Tordos, vencejos, golondrinas, gorriones... anidan en los aleros, los patios y los tejados. Cuando una cría caía al suelo y oíamos su débil pío-pío la cogíamos con cuidado entre las manos e intentábamos que volviera al nido o al menos al tejado donde estaría a salvo mientras la madre revoloteaba nerviosa cerca de él. Soltar hacia el cielo un pájaro y verlo volar rápido en libertad es una sensación que de pequeño queda en la memoria y que hay que vivir y sentir.
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