Durante el mes de febrero se celebra por muchas partes del mundo el Carnaval. Aunque la mayor parte de la fiesta que conocemos hoy tiene poco que ver, creo en el origen pagano de esta celebración, que marca el final del invierno, la llegada de la primavera y la actividad agrícola o marinera. No me gustan especialmente las celebraciones que hay hoy en día en las ciudades, con el típico pasacalles, aunque reconozco que son muy coloristas y alegres y suele haber buen ambiente. Si me interesan los carnavales de los pueblos y aldeas más arraigados y simbólicos, como los de la zona de Ourense, Guadalajara, Cantabria y otras zonas de montaña.
Tengo buenos recuerdos de la infancia del carnaval de mi pueblo manchego, sobre todo la actividad en la calle. Las máscaras que se te acercaban, los grupos ruidosos de gente disfrazada, las murgas cantando, rodeadas de gente coplas satíricas de actualidad que podías leer en las hojas de colores, el viento frío del invierno que barría las calles o el sol templado del mediodía, los vendedores de frutos secos de la esquina...
¡¡¡Y los dulces de mis padres y mis abuelos!!! Las viejas, las flores y los rosquillos. Por las tardes íbamos con mi madre a casa de la abuela y jugábamos durante horas mientras ellas hacían esos elaborados dulces. Yo ayudaba y tengo en la memoria el proceso de amasado, de dar forma y cómo se ponían en el aceite y se freían. Estos días los vuelvo a comer, preparados por mis padres. ¡Son tan ricos como antes!
Años más tarde probé las especialidades gastronómicas del carnaval gallego, guiado por mi dulce galeguiña y la maravillosa gente que allí habita. Juntos hicimos filloas y orejas, por hablar sólo de un par de ejemplos. Las filloas tienen merecida fama y las que yo he comido siempre están hechas con el mejor corazón y cariño.
¡Lástima que lo hayamos comido todo! Ahora no hay fotos. Habrá que esperar a la próxima.
¡¡¡Feliz celebración!!!
Por cierto, la diosa de las habas y el tocino, ¿qué hace aquí?