El origen del pueblo se remonta al siglo XIII, a un asentamiento de pastores nómadas sorianos en una colina del campo de Montiel, cerca de un pozo que se llamaba fuente de la solana. La villa, que perteneció a la Orden de Santiago, es un típico pueblo de la llanura manchega.
En la parte más alta está la plaza mayor (monumento histórico), con casas de construcción popular hechas de piedra, madera, adobe y ladrillo, de épocas y estilos diferentes. De forma rectangular, las casas se levantan en dos o tres alturas sobre soportales, con arcos de medio punto en la parte noroeste que datan del siglo XIX y con portales adintelados en el ayuntamiento y la fachada este del siglo XVI.
La iglesia parroquial, dedicada al culto de Santa Catalina, se inició en 1420 sobre las ruinas de un castillo. De estilo gótico tardío tiene también elementos renacentistas y barrocos pues se terminó ya en el siglo XVI. Cuenta con una sola nave con capillas laterales rematadas con bóvedas estrelladas y arcos de piedra. La nave se abre al norte, a la plaza, con la imagen de Santa Catalina y al sur con la de Santiago. Caída y levantada varias veces, la torre actual es de mediados del siglo XVI y tiene influencia andaluza manierista. Los dos cuerpos inferiores son de estilo toscano y los superiores se rematan con un chapitel octogonal. La torre del reloj es del siglo XVII.
La plaza se restauró en 1978 y las casas estaban pintadas de color amarillo pálido, las ventanas eran azules en la parte más antigua y marrones en la esquina noroeste y todas las persianas eran verdes.
El aspecto actual es de hace unos pocos años, cuando se restauró de nuevo la torre, se demolió la casa que más me gustaba y se pintaron las fachadas de color ocre.
Aunque ya no hay mercado en ella ni se instala allí la feria, sigue siendo el centro del pueblo, con los parroquianos charlando relajadamente al sol, las cañas y los garbanceros, que siguen vendiendo frutos secos los domingos.