Hacía ya un buen rato que era de noche. Los días eran muy cortos pero no demasiado fríos ni húmedos y a media mañana el sol lograba despejar la niebla y secar las calles y los tejados. Había salido a esa hora, cuando era agradable pasear por las concurridas calles de la Baixa. Desde Restauradores había ido por Rossío hasta la Praça da Figueira y se había sentado un rato al sol a ver pasar la mañana. Le gustaba esa plaza y solía ir a menudo. Después un café en la Rúa da Prata y a callejear sin prisas hasta el río. Pintores callejeros, tiendas y puestos de recuerdos, turistas y la diáfana Praça do Comercio. A mediodía volvió sobre sus pasos y fue a comer a una de las tabernas de la Calzada do Duque. Alargó la sobremesa charlando con los camareros y los parroquianos que eran clientela fija mientras tomaban café. Cuando salió estaba anocheciendo y decidió subir al Chiado, que estaba a rebosar de gente. La Rúa Garrett le pareció un poco pretenciosa y caminó deprisa hasta otra taberna en la Bica. "Bifinhos e caneca de vinho da casa". Volvió a la Baixa para ver a las vendedoras de castañas en las esquinas con el humo escapándose de los conos e inundando el aire con ese maravilloso olor... Había vuelto a bajar la niebla. De repente, al cruzar el Largo da Sé lo vio bajar a toda velocidad, sólo tuvo tiempo de saltar hacia atrás y sentir el frío y la dureza de los adoquines lisboetas mientras las luces y el chirrido metálico se perdían en la curva.
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