Aunque era mediados de julio el viento que soplaba desde el río hacía un poco desapacible el atardecer. Bajó las escaleras de la estación hasta el andén, que a esas horas estaba abarrotado. Unos minutos después se bajó del tranvía en una solitaria estación. Ya no estaba en el centro de la ciudad, pero tampoco estaba muy lejos. Sin embargo, no había ni un alma a lo largo de los andenes. La luz cada vez más tenue y el viento creaban una sensación extraña de inquietud. Se subió el cuello de la chaqueta y con las manos en los bolsillos echó a andar por las escaleras con paso rápido. No se sentía del todo sólo, aunque no sabía muy bien porqué. Salió a una calle principal y se sobresaltó cuando un autobús urbano pasó a su lado con el estruendo de las ruedas al rodar por los adoquines. Cruzó la calle con el corazón encogido y empezó a temblar aterido como si estuviera en invierno. Decidió ir a la tasca de la esquina de casa y tomar algo caliente. De nuevo se sintió observado. El callejón era muy estrecho y estaba seguro de no ver a nadie. Pero no, ahí estaba. ¿Cómo era posible? No podía haber recorrido esa distancia en el mismo tiempo que lo había hecho el tranvía. Asustado se escondió en el hueco de una puerta, esperando no haber sido descubierto. De pronto, sin darle tiempo siquiera a protegerse con las manos sintió una aguda punzada en el pecho. Cayó de rodillas en el suelo y haciendo un último esfuerzo alzó la vista y logró articular una especie de súplica… pero ya era demasiado tarde.
- ¡No, gracias! No le pongo azúcar al café. Prefiero que sepa bien amargo. ¡Ufff! La noche está un poco revuelta. Ya empezaba a temblar de frío.
1 comentario:
¡Ahora a ver quién pasa por un callejón! Muy bueno.
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